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Pónganse de acuerdo

Ya se ha dicho todo. Hemos dejado el alma de la Unión Deportiva Las Palmas al descubierto. La partida de póker entre cuatro grandes grupos empresariales. Las cartas marcadas. Gentes que se pasan el tiempo espiando el cosmos a través de la ventanilla esperando contemplar esa frontera que separa la noche del día. Ahora ya ni se sabe dónde está el día ni dónde la noche, sólo se sabe de heridas a cicatrizar, un club que puede ser devuelto a papá Cabildo dentro de unas semanas como si fuera una novia acabadita de casar con el himen roto.

Ya se ha dicho todo y queda poco más qué decir. La manera de tirar una temporada al vacío, las acusaciones entre directivos que nos retrotraen a las peleas de colegio, los himnos nupciales de los accionistas, las compras que no se producen, las cantatas dolientes de unos chiflados por el cine expresionista bocetando la venta del club a medio plazo,... todo eso lo hemos comentado, y después de las peroratas y proclamas uno tiene la sensación de que este camino sólo conduce a la desmoralización, a una desoladora visión que apunta a un cierto momento donde lo más querido empieza a morir.

Ya se ha dicho todo, incluso los nombres de quienes llevan las velas del entierro, el tamaño de las navajas, de su vanidad, las cuatro bombas nucleares que representan con todo su tetrapoder si explosionaran en este momento de lazos extraños, violencia inquebrantable, daños en cascada, desconfianza de retratos tenebristas.

Ya se ha dicho todo y, sin embargo, se habla sin parar, las lenguas no paran, se mueven incapaces de ser dominadas, todos tienen algo qué decir, qué explicar, las reuniones se suceden, el vacío se sucede, es una fiebre de buzos que descienden hasta el infierno y allí se quedan incapaces de ganar el aire puro de la atmósfera.

Ya se ha dicho todo y la impresión general es que ya no se quiere saber nada. Cualquier día la masa se levantará, posiblemente cuando las posibilidades matemáticas del equipo se reduzcan a cero, y entonces no habrá guaridas invulnerables para los que se creen intocables. Parece que estamos en un concurso de miradas retadoras y, en realidad, aquí ya no hay más mirada revuelta que la que dirige la isla de Gran Canaria a cuatro grupos a los que se les pide que estén a la altura de las circunstancias.

Ya se ha dicho todo y sin aguardar explicaciones los ciudadanos, la afición general, necesita e invoca un gesto generoso con su equipo, le pide a los cuatro una reconquista, la de la unidad del primer año, le pide una sesión inaugural del I Encuentro Internacional de Defensa de la UD Las Palmas, un meteorito y toneladas de bombones que celebren el fin de esta locura.

Ya se ha dicho todo y podríamos seguir maldiciendo el embrutecimiento de la situación si no fuera porque, en el fondo, la afición, sentimental, quiere seguir agarrada a un nuevo proyecto, a ser posible con arboledas exóticas y autopistas asfaltadas y señalizadas con dirección a un ascenso que esta vez no podrá ser.

Ya se ha dicho todo pero no se ha dicho lo más importante. Y es que no aceptamos un no como alternativa. No aceptamos un no porque su no es el no fácil y cómodo, impropio de seres inteligentes, relevantes, extraídos por la sociedad grancanaria para resaltarla y mejorarla. No aceptamos la deformación de un desacuerdo pegado al interés racial de lo individual. No lo aceptamos porque aceptarlo significaría otorgar carta de naturaleza a los oráculos que vaticinaron un desenlace en los juzgados.

Ya se ha dicho todo menos lo único que queremos de verdad. La seriedad, la responsabilidad, el sentido común, una corriente de dinamismo y de coraje insospechado y exultante, logra capitular los dos grandes males de la naturaleza humana: el individualismo y el egoísmo. Lo transformable, y a la UD Las Palmas hay que transformarla, depende únicamente de una única voluntad: el individuo sólo es grande si participa en algo que le supera y no permanece encastillado dentro de sí sino que se rinde ante los cuidados que se le prodigan. La UD Las Palmas bien merece el alborozo, la serenidad de un acuerdo imprescindible entre quienes tienen el poder de evitar un sufrimiento tan gigante como inútil.


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